Una dosis de Fortuna
Por: Fortuna Alejandra Osorio Gómez
En la segunda mitad del Siglo XX ocurrieron muchos eventos que redefinieron el orden mundial, desde guerras, revoluciones, intervenciones, masacres, etc. Pero un fenómeno que definió esta etapa de la historia mundial y que también ha tenido gran influencia en el siglo XXI; fue el surgimiento de dictadores alrededor del mundo. Este fenómeno no discriminó en términos de ideología política y en términos geográficos. Lo increíble es que no importa el espectro político al que pertenecían o el país al cual regían, su manera de ejercer poder, de enfrentar al pueblo y especialmente la manera en la que se veían a ellos mismos, es prácticamente la misma. En la segunda mitad del siglo XX, nos encontramos a dictadores que no tenían ni una gota de miedo y que se veían a sí mismos como dioses. Esto es algo que en las “dictaduras” del actual siglo no vemos, en vez de líderes que demostraban elegancia, miedo y poder; vemos a payasos que en vez de provocar miedo o admiración provocan repulsión y pena ajena. Es importante mostrar porqué los dictadores del siglo pasado merecen tal título, y como aquellos que todavía siguen en el mando han tenido que adaptarse a un nuevo mundo y esto ha hecho que pierdan la esencia de su dictadura. Él propósito de este artículo es mostrar cómo los dictadores del siglo pasado eran dignos de recibir tal título, a diferencia de los ejemplos que tenemos de dictaduras en el siglo actual.
Un dictador, en términos políticos es aquella persona que asume los poderes de un estado y los ejerce al margen de la ley. Ahora la historia nos ha dado una definición diferente de lo que es un dictador, magistrado que ejerce los poderes máximos del estado no siempre ejerciéndolos al margen de la ley y con una alta tendencia a abusar de su poder.
Nos situaremos en República Dominicana en el año 1930, en esta isla paradisiaca del caribe encontramos a quien es considerado por muchos uno de los dictadores más excéntricos de la historia universal, Rafael Leónidas Trujillo. También conocido como “El Benefactor” y como “El Chivo” en la famosa novela La Fiesta del Chivo, del autor peruano Mario Vargas Llosa. Este hombre logró convertirse en una de las figuras más controversiales de la primera mitad del siglo XX y logró poner a todo un país a sus pies. Para muchos, especialmente para aquellos que vivieron durante su régimen, Trujillo representa repulsión, locura y temor. Pero cuando se observa desde fuera y con punto de vista más objetivo, Trujillo fue un presidente que logró convertirse en uno de los hombres más ricos del mundo. Esto me lleva a porqué decidí comenzar con Trujillo, es fascinante ver cómo un hombre con un problema de depravación sexual, un señor que por muchos era considerado un fanático religioso, logra quedarse en el mando por 20 años y logra mantener el miedo de su pueblo por tanto tiempo.
Si nos enfocamos en Latinoamérica, no solo encontramos a un Trujillo, tenemos a un Castro en Cuba, a un Pinochet en Chile, un Videla en Argentina, un Ríos Montt en Guatemala, y un Fujimori en Perú, entre muchos otros. No describiré cada caso específicamente porque estas dictaduras tienen muchas cosas en común, dejando a un lado la ideología política que profesaban. Si nos enfocamos en los líderes, vemos que hay más similitudes que diferencias. Desde una infancia problemática debido a un padre abusivo o la ausencia de tal, a inscribirse en escuelas militares y de ahí construir una carrera política. Algo que caracteriza las dictaduras del siglo XX a nivel mundial, es la masacre a favor del grupo social/étnico dominante. Lo vemos en República Dominicana con los haitianos en los años 40, en Cuba con el capitalismo a partir de años 50-60, en Guatemala con los mayas en 1982, en Argentina y Chile con los estudiantes y los comunistas en 1980, esto solo para dar ejemplos en Latinoamérica.
Tanto en América Latina como en el resto del mundo, para la segunda mitad del siglo pasado, los dictadores se vuelven las figuras máximas y absolutas de sus respectivos estados. El uso de la violencia y la restricción de la vida cotidiana por parte de la ley no fue la única técnica que usaron estos dictadores para mantenerse en el poder. Si nos alejamos un poco de este lado del mundo y nos metemos a las dictaduras en África y el Medio Oriente, podemos ver que las técnicas que dictadores como Gaddafi en Libia e Idi Amin, por mencionar a dos de los más reconocidos, eran muy parecidas. Tanto en África, Asia cómo en América Latina vemos como los dictadores persiguen a las minorías y la exageración de su persona. Desde frases como “Quien no me ame no merece vivir” dicha por Muammar Gaddafi, a “Un hombre cómo yo nace cada 500 años” del dictador rumano Nicolae Ceaușescu, hasta la famosa frase “Dios en el cielo, Trujillo en la tierra” de Rafael Trujillo.
Doy tantos ejemplos para poder justificar lo siguiente, como es que pasamos de una era de “Grandes y Temerarios Líderes” en América Latina a lo que tenemos ahorita. Los líderes que son considerados dictadores en la Latinoamérica de hoy no pueden ser comparados con los del siglo pasado. Esto tiene muchas razones, no solo el siglo XXI ha sido una era para la que nadie estaba preparada debido a los avances tecnológicos pero la sociedad ha cambiado completamente. Los valores que eran admirados en los siglos pasados como la valentía y el respeto ya no están en un pedestal. Ahora cuando hablamos de un líder buscamos características como la teatralidad, en este siglo nos importa más la habilidad que tiene un presidente de usar twitter o de hacer comentarios absurdos que la habilidad que tiene para mover masas o controlar a la población. Es más interesante un dictador que dice hablar con pajaritos como Nicolás Maduro a un dictador como Pinochet que estuvo a cargo de uno de los crímenes contra la humanidad más pesados del mundo.
Ahora, regresando al siglo XXI, las dictaduras que todavía tienen vigencia son aquellas que, o han estado desde el siglo pasado o se en la última década de éste. Hoy en día tenemos a dictadores cómo Nicolás Maduro, Kim Jung Un, y el controversial Bashar Al Assad. Algo que varios de los dictadores vigentes tienen en común es que ellos heredaron sus dictaduras, ya hubiera sido por familia o porque estaban en el lugar correcto en el momento perfecto. Ninguno de estos dictadores supo mantener la imagen que sus antecesores plantaron en la historia de sus respectivos países, ni siquiera Kim Jung Un quien, aunque es cabeza de una de las dictaduras más represivas de la historia, logró convertirse en un payaso. Ya no nos importa que el dictador tenga una imagen elevada de sí mismo y que se considere un dios, mientras más ridículo mejor. El ejemplo más claro es Nicolás Maduro, el jefe de mi natal Venezuela. Maduro se volvió presidente del país en el 2014, con la muerte de Hugo Chávez. A diferencia de “su comandante”, Maduro es un dictador que no es digno de llamarse dictador. No solo su país tiene una de las crisis humanitarias y económicas más severas del continente americano, pero su simple presencia en vez de causar miedo causa odio. Venezuela ha sido víctima de varios regímenes dictatoriales, en los años 30, en los años 40, en la primera década del siglo XXI y la dictadura actual puede considerarse la menos digna. El venezolano ya no sabe si protestar o reírse, algo que en el siglo pasado no ocurría; el dictador podía ser odiado, pero era temido más que nada porque sabía imponer poder y grandeza.
A lo que me refiero es que, con el cambio del siglo, dejamos de apreciar la grandeza y el temor y dejamos de tomarnos a los líderes dictatoriales enserio provocando la pérdida de su esencia. ¿Cuándo fue que dejamos de valorar a los dictadores imponentes de los cuáles hay tantas leyendas y rumores y nos empezamos a preocupar por personajes como Evo Morales y Nicolás Maduro; quienes parecen estar cada día más lejos de la realidad de sus respectivos países? Hoy en día, en el año 2017, el término dictador ya no nos causa temor del bueno; del que causaba escalos fríos cuando oíamos nombres como Pinochet, Gaddafi, Milosevic. Escuchamos el término dictador y lo relacionamos con Kim Jung Un, Maduro, y hasta Donald Trump, y aunque nos preocupamos por el futuro del mundo, lo que hacemos es reírnos. Para cerrar la inauguración de esta columna me gustaría usar una frase del historiador inglés, Lord Acton, “La potencia sin control, no tiene sentido”. Es decir, de que sirve tener el poder máximo de un estado, si se pierde la esencia del título que se te ha otorgado. Hoy en día, ser un dictador no es algo digno, no es un símbolo de miedo y elegancia. En el siglo XXI, ser un dictador es haberse convertido en el payaso de tu pueblo.
“We are not angels. Nor are we the devils you have made us out to be.”- Slobodan Milosevic